FILANTROPÍA/ La perniciosa desigualdad

Por Felipe Vega, fundador y director general de CECANI Latinoamérica, empresa de capacitación de asociaciones civiles y otras figuras no lucrativas.

Aunque la narrativa de heterogeneidad e igualdad prevalece en la narrativa corporativa y social, de manera simultánea se establecen estrategias de dominación sobre determinadas personas y grupos.

Cuando visualizamos manifiestos que justifican los sesgos y la manera en la que se posicionan, podemos crear una mayor inclusión e igualdad de oportunidades.

Uno de los principales sesgos se establece con el género.

El patriarcado como sistema social surgió durante el periodo Neolítico (del 10.000 al 3.000 a.C.), a través de la asignación de capacidades y funcionalidades diferentes a cada persona en función de sus características físicas. A partir de entonces, comenzaron a elaborarse discursos justificativos de la desigualdad social como algo «natural» que había que aceptar sin más, porque su origen era «divino».

Una vez justificada la desigualdad, se utilizaron varias estrategias para hacer efectiva la dominación: aceptación, coerción e invisibilización.

Los nuevos discursos patriarcales se asentaron en la sociedad incorporando la desigualdad al devenir humano. Las primeras personas afectadas por el nuevo sistema fueron las mujeres, que quedaron sometidas a los hombres.

Pero también entre ellos se estableció una profunda desigualdad basada, por un lado, en la infravaloración de las diferentes capacidades de unos y otros, y por otro, en la derrota de los vencidos, que pasarían a formar parte de la cohorte de esclavos. Se puede afirmar que la dominación se practicó por un reducidísimo grupo de hombres que proyectaron su poder sobre los demás. Esto dio lugar a una competitividad feroz para alcanzar ese poder y mantenerlo.

Una vez justificada la desigualdad, se utilizaron varias estrategias para hacer efectiva la dominación. Una de ellas se centró en conseguir la aceptación de desventaja a quienes se dominaba. Otra consistió en el uso de la coerción. Entonces se empleó la violencia como garantía del cumplimiento de la legalidad vigente.

Para sustentar todo ello se ideó un nuevo sistema: la regulación normativa. Se crea el derecho como fuente de normas escritas reforzadoras de las normas sociales en las que se reconocen una serie de privilegios y facultades a una clase social sobre otras. Incluso se legitima el uso de la violencia por parte del poder. El código legal más antiguo, de Hammurabi, así lo refleja.

En este código queda patente la dependencia de las mujeres a los hombres (padre o marido), la protección que los varones debían proporcionar a las mujeres dependientes de ellos, el control de la sexualidad femenina y la consideración de la mujer como reproductora.

Hoy las desigualdades basadas en el sexo han dado lugar a la construcción social del género, las basadas en el color de la piel a fenómenos como el racismo, las relacionadas con la capacidad a la discriminación funcional y competencial, las asociadas a la edad al edadismo, a la discriminación de estatus o clase según el nivel o posición que ocupan las personas en la pirámide social y las vinculadas a la orientación sexual e identidad de género a la LGTBIfobia.

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